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miércoles, 18 de julio de 2012

** PRIMERA PARTE, CAPÍTULO 2: DELICIAS FERROVIARIAS TURCAS - DÍAS 29, 30, 31 DE OCTUBRE Y 01 DE NOVIEMBRE - 2011 **



capítulo 2 – delicias ferroviarias turcas 


          ** 01 DE NOVIEMBRE **   (Haz click aquí para mapa de ruta)


'SKYLINE' DE SULTANAHMET
 Hoy es uno de esos días de transición en los viajes de largo recorrido por ferrocarril. Como el ‘Transasya Ekspresi’ no efectúa su salida hasta las 23.55 de la estación de Haydarpasa, en el lado asiático, tengo una jornada completa para dedicarla a Estambul. Así pues, hoy repetiré visita de lugares ya vistos en el pasado, aunque la arquitectura histórica –deslumbrante y magnífica- de esta ciudad nunca llegaría a cansar la vista. La mezquita Azul, la de Haja Sofia, la de Suleiman, el gran Bazar, la torre de Galata… son, no hay duda, únicos en su género.


TRANVÍA DE TAKSIM
TORRE DE GALATA
Para subir a esta última, hay que coger el funicular de Tünel, que como su nombre indica, es subterráneo, y que presume de ser el más antiguo de Turquía. Justo a la salida de su terminal superior, se encuentra el origen del tranvía de Taksim. Son vehículos clásicos preservados los que recorren sus vías de ancho métrico, y es espectacular verlos surcar las modernas avenidas del barrio de Beyoglu, con sus comercios de productos de alta gama y sus excelentes músicos callejeros a cada paso. Más allá, otras líneas de metro ligero de corte moderno le dan el relevo a este delicioso anacronismo del transporte urbano que es el ‘Taksim Tramvay’.



Y apunto que… no es de extrañar lo de los  músicos; a sólo unas decenas de metros, varias calles que descienden hasta la zona de la torre, nos muestran un rosario de tiendas especializadas en instrumentos musicales, y más específicamente, en los platos para baterías y percusión de manufactura local, afamados y populares entre los músicos de medio mundo. En dos visitas en el pasado, abandoné la ciudad cargado con varios de los mencionados instrumentos, y dado que la vuelta a España fue en los dos casos por tierra, en algún momento perdieron su glamour y se convirtieron en chatarra que arrastré penosamente cruzando las fronteras de unos cuantos países, y que dieron lugar a un sinnúmero de anécdotas con las que podría escribir un pequeño libro. No tengo ninguna intención de repetir el transporte, es obvio.

BLUE  MOSQUE
Las últimas horas del día se las dedico a la fotografía nocturna por Sultanahmet, y a saborear un narguile con aroma a manzana reclinado sobre mullidos cojines cual sultán de oriente, a los pies de Haja Sofia, antes de dirigirme decidido y algo nervioso (tras cuidar escrupulosamente la higiene personal, dado que me voy a pasar casi 72 horas compartiendo espacio con otras tres personas, sin la más remota posibilidad de ducha), a cruzar una vez más el Bósforo para comenzar con lo que sin duda es el plato fuerte de este periplo: el viaje a Irán.

Así que, con un creciente ataque de nostalgia por abandonar esta ciudad de las mil y una noches, y envuelto en notas musicales y en una profunda melancolía, me despido de Estambul desde la fría cubierta del barco, mientras éste se cruza con una multitud de otras naves de dispares tamaños, cediendo el paso a los grandes cargueros en su ruta desde el Mar Negro al Mediterráneo. Observo alguna gabarra que cruza el estrecho en sentido contrario al nuestro, cargada hasta los topes de vagones de mercancías, una solución de compromiso hasta la finalización del túnel bajo el mar, dentro de algunos años.


CARTEL EN EL 'TRANSASYA'
En Haydarpasa tengo el segundo encuentro desde que estoy en este país con otra persona en plena desconexión de sus facultades. En este caso es una mujer, y su agresividad cuando los guardias de seguridad la han descubierto  viajando de polizón en el furgón generador del ‘Transasya’, ha llegado a unos límites que han requerido la intervención de un nutrido grupo de uniformados. Me pregunto si la ausencia de cordura será cosa del viento que sopla entre las dos porciones de la ciudad… pero vamos a lo que importa, en definitiva: el Transasya circula, y me recibe del mejor humor que uno pueda tener. Mientras el tren –puntual en su salida al segundo- abandona perezosamente los arrabales de Estambul, compruebo con satisfacción añadida que, al menos hasta Ankara, viajaré solo en el departamento. Bueno… con mi sonrisa.



        ** 31 DE OCTUBRE **  (Haz click aquí para mapa de ruta)


'EYLUL EKSPRESI'
Pesadilla nocturna. Esta noche pasada, el picante me ha molestado (¡y de qué forma!) el sueño, a pesar de la proverbial resistencia de mi férreo estómago (más tarde lo confirmaré en la India) a las comidas muy especiadas, pero ayer quizá se me fue la mano. Por eso, el ‘Eylul Ekspresi’, la composición de seis coches que me llevará hasta Bandirma, me recibe en un pesado estado de aturdimiento, debido a la notoria falta de descanso. Este tren mañanero va a ser remolcado por una locomotora de origen francés. El sonido del  motor diesel ‘Pielstick’ es música para los oídos incluso en mi somnolencia, porque las notas son casi las mismas de otra melodía que tocaron en Schenectady hasta no hace muchos años.

HENSCHEL 020T 'TIGRIS KRIEGSBAHN' EN BASMANE

Durante seis horas cruzamos el duro –ferroviariamente hablando- altiplano de esta parte del país, y cuando mis sentidos me lo permiten, contemplo un paisaje cambiante, por momentos poblado de altísimas montañas, que lo hacen muy atractivo. Pero lamentablemente, los cabezazos me han impedido disfrutar de todo ello como debiera. Eventualmente, el tren ingresa en Bandirma a través de un largo túnel y, tras una curiosa maniobra
 de retroceso, resuelta ágilmente por
 los maquinistas turcos, la composición  queda situada en los andenes de la terminal de esta ciudad –de tipo ‘cul-de-sac-, con la locomotora en cabeza, presta para el servicio.


BANDIRMA
Bandirma es una ciudad de pequeño tamaño, comparado con lo visto hasta ahora, que presenta una agradable zona junto al mar poblada de cafés y restaurantes. En cuatro horas sale el ‘fast-ferry’ para Estambul, así que, dada la ausencia de interés ferroviario en la estación (con tan sólo cuatro vías), deambulo tranquilamente por el lugar, buscando un restaurante que no sirva platos picantes. Así pues, la comida hoy será en un socorrido local de comida rápida de una cadena norteamericana. Y, tras la colación, un café con nata en una terraza, agradable por sus enormes y cómodos sofás de piel blanca, y por la música muy occidental con la que obsequian a los clientes, curiosamente interrumpida aquella cuando la voz del muhecin llama a la oración desde el alminar de una cercana mezquita.


HALLOWEEN EN ESTAMBUL
El inmenso ferry de Estambul ha tardado media hora más de lo previsto en cruzar el mar de Mármara. Como consecuencia, a la llegada he cogido a toda prisa un taxi que me permitiera llegar a la cita que tenía con unos compañeros de trabajo, que casualmente se encuentran en la ciudad de visita turística. El conductor del taxi, un tipo mucho más tranquilo en su conducción que en otros recorridos efectuados en tal medio por estos lares, ha resultado ser kurdo, y me ha regalado unos cuantos comentarios avinagrados sobre los turcos y su forma de conducir. Muy divertido el hombre.


Es noche de Halloween, fiesta de mi particular devoción, y tras la cena con los amigos, termino la jornada agasajando el paladar a sorbos de una pinta de espesa cerveza negra, en un pub irlandés perdido en Sultanahmet, que no celebra Halloween en absoluto. ¡Qué antipáticos!



** 30 DE OCTUBRE ** (Haz click aquí para mapa de ruta)

TREN DE A.V. EN ESKISEHIR
Una caritativa escena me ha hecho abandonar la abstracción musical en la que me hallaba, esperando el siguiente tren cómodamente instalado en el moderno vestíbulo de la estación de Eskisehir. Un grupo de chicas jóvenes se han acercado a atender a una anciana totalmente vestida de negro en el modo tradicional turco, abandonada a su suerte y su miseria sobre uno de los alargados bancos de la sala de espera, e imagino por el tono y los gestos que la han ofrecido comida, algo de beber e igualmente, algo de consuelo. La escena mueve a ternura, por encima del nauseabundo olor que desprende la desamparada anciana, que llega bastantes metros más allá de su posición. El ‘Izmir Mavi Treni’ ha llegado treinta minutos tarde a su cita en Eskisehir, un sitio en el que a las 12 de la noche de este penúltimo día de Octubre se hielan hasta las ideas. En parte, la espera la he distraído recreándome en la contemplación de un genuino producto ‘made in spain’, sus trenes YHT de Alta Velocidad, que vieron la luz en algún lugar entre las montañas de Euskadi. Por lo demás, cuando abordo por fin mi tren, me queda claro que esta va a ser una de las mejores camas sobre ruedas en que jamás vaya a dormir. Un auténtico deleite de confort.

PAISAJE DESDE EL TREN
ESTACIÓN DE ALSANÇAK
Me despierto con una sensación de completo descanso y con la exótica imagen de un minarete sobre un fondo de enormes montañas azules, que calculo pueden estar sobre los dos mil metros, o quizá mas, pero en un paisaje de marcado carácter mediterráneo. El ‘Izmir Mavi’ se ha estacionado por fin en la estación de Alsançak con 75’ de retraso, y ello unido a un pequeño error de cálculo en la elección del hotel, cercano no a Alsançak, sino a la segunda estación de Izmir, que lleva por nombre Basmane, me ha hecho consumir un tiempo precioso que ha dado finalmente al traste con mi plan de visita de las ruinas de Éfeso, para lo que era necesaria una imposible –por el retraso- combinación tren/autobús.

RUINAS DE ÁGORA
IZMIR
Izmir, la antigua Esmirna, varias veces destruida por terremotos e incendios, y tantas otras levantada de sus cenizas a lo largo de las centurias, será hoy el objeto de mis desvelos de viajero. Ferroviariamente es muy interesante, con al menos dos terminales de viajeros de cierta importancia, una eficiente red de cercanías que constituye una isla electrificada en un desierto de tracción diesel, dotada de ultramodernos automotores eléctricos ‘made in spain’ –de nuevo-, y un ágil sistema de metro cuyas vías –provistas de alimentación por tercer carril a 750 voltios- sobrevuelan en algunos puntos la ciudad. Bastarían estos apuntes para confirmarlo, pero el ‘tour’ en un autobús turístico ‘open deck’ alrededor de la ciudad, me lo ha hecho ver a las claras: Izmir es una megaurbe de 4 millones de habitantes, cuyos bloques de muchas alturas se desparraman por las colinas y elevaciones que rodean la ciudad. La zona moderna, resulta muy agradable en su aire mediterráneo, y su línea de costa alberga cierta semejanza con la no muy lejana Tel-Aviv.

Pero, alrededor de la ciudadela de Kedifekale, mal cuidada y sucia, se muestra arracimada la ‘otra’ cara de las ciudades turcas. Barrios y construcciones que, sin llegar a ser totalmente miserables, se aproximan bastante a los suburbios de otras ciudades de esta parte de oriente, pongamos por caso Damasco. La diferencia la marca la vía doble electrificada que sesga como una arteria de prosperidad la parte baja de la ciudadela, recorrida frecuentemente por unidades -también ahora- de origen español.  El descenso me obligo a hacerlo andando, para irme ambientando con lo que está por venir en mi progresión hacia oriente en este viaje, sin percibir señal alguna de peligro, mas que por el turbio encontronazo con un molesto personaje en mi visita a  las ruinas de Ágora. Evidentemente, por la forma de hablar a grito pelado, de mofarse de alguna característica de mi fisionomía, y de la manifiesta agresividad en sus maneras, el individuo no se encuentra en sus cabales. Le he mostrado la mejor de mis sonrisas y me he alejado de forma discreta, casi sin que se dé cuenta.


Una cena ligera a base de ensalada y caçik (la popular crema de yogur con pepino) me reconforta el estómago, algo maltrecho por la ingesta masiva de comida picante durante el almuerzo, y me deja listo para el descanso nocturno.



          ** 29 DE OCTUBRE  **  (Haz click aquí para ver mapa de ruta)


DIMITROVGRAD
Hoy es el día de la independencia turca, y gran fiesta nacional. Seguramente por eso, la bandera roja con la media luna y la estrella ondea y se muestra por todas partes. Quizá por eso también, la multa por viajar sin billete válido entre la frontera búlgara y Estambul –sólo contraté la reserva, aparentemente- se ha quedado en una reprimenda (‘por ser colega’, me recuerdan). Todo ello se debe a un malentendido con la taquillera suiza hace un par de días, torpeza que me he reprochado –mentalmente- de forma inmisericorde, dada mi experiencia en estas lides. En fin, en casa del herrero...


CERCANÍAS DE ESTAMBUL
   El caso es que durante la noche, el tren ha circulado desviado entre Plovdiv y Dimitrograd, perdiendo aún más tiempo, y ello unido a la necesariamente larga parada fronteriza de Kapikule –cuyo frío y empapado andén ha sido tomado durante un par de horas por un colorido grupo de nacionales de todas partes del orbe- para la obtención del visado y el control de equipajes, ha hecho que Estambul reciba a la composición –reducida casi testimonialmente a dos coches literas turcos y un coche cama rumano, para los que la potencia de la locomotora Toshiba E 43000 tipo BBB que nos remolca va más que sobrada- del Balkan/Bosphorus Express bajo un cielo que amenaza lluvia, y con casi cuatro horas y media de retraso.  

LLEGADA A ESTAMBUL

 
Lo primero que demanda mi atención en la estación Sirkeci es el restaurante, y hacia él se dirigen mi curiosidad y mi estómago. No puedo evitar tomar unos dulces y un té como desayuno en aquél, que lleva por nombre ‘Orient Express’. Sólo el nombre sugiere la colación. Pagada, eso sí, a precios noruegos. Primera estocada del día. La segunda viene inmediatamente después, porque el recorrido del taxi hasta la agencia de viajes en la que debo recoger los billetes, ha bajado de los treinta minutos que me aseguró el taxista hasta los cinco minutos escasos, y ni siquiera me ha dejado a la puerta del aquella. Afortunadamente, el precio había  quedado de algún modo acordado de antemano. 
   

Pero las noticias que me dan los chicos de la agencia son magníficas: el tren expreso Transasya circula, por no haberse visto afectadas las vías por el terremoto. Así que, en posesión del apreciado botín que constituyen los billetes, y con el ánimo disparado, el subsiguiente paseo por Sultanahmet, contemplando la masiva y tranquila belleza de Haja Sofia y la Mezquita Azul (abarrotados sus alrededores de turistas, como siempre), se me antoja delicioso. En esta última, he coincidido con un curioso tipo de facciones sinoides, montado en una bicicleta cargada de equipajes y adminículos de todas clases, llena de inscripciones anunciando ‘vuelta alrededor del mundo’. ¡Qué valor el del chino! En agudo contraste, un local se entretiene arrojando enormes pedazos de carne cruda a la numerosa colonia de perros vagabundos que pueblan Estambul.     


   

   HAJA SOFIA

BLUE MOSQUE
HAYDARPASA, EN EL LADO ASIÁTICO
El cruce del Bósforo sigue siendo tan sencillo como lo recuerdo de ocasiones pasadas. Lo que había olvidado es la belleza de las mujeres de esta parte del mundo. En el restaurante en el que me acomodo para comer, mis ojos se deslizan rápidamente desde el insípido kebab hacia la parroquia femenina que puebla el lugar. Es casi inevitable hacerlo.

EL 'SAKARYA EKSPRESI', LISTO PARA LA SALIDA
Creo que habrá sido una lástima perderse el espectáculo nocturno de fuegos artificiales sobre la estrecha lengua de agua que separa Europa de Asia. A esa hora me encuentro ya en Eskisehir, tras cuatro horas de viaje en el cómodo coche ‘pullman’ del ‘Sakarya Ekspresi’, una larga composición remolcada por otra Toshiba, esta vez vestida con la librea rojo-azul-blanco de los TCDD. Este tren turco es una maravilla por limpieza, espacio –con su disposición de butacas 2+1-, y asientos, convenientemente dotados con su conector eléctrico. Lleva bogies de altas prestaciones, y los aseos totalmente equipados son  el polo opuesto a la execrable letrina del coche cama búlgaro, sin ir más lejos (y si se me permite el apunte escatológico, es curioso que este tren ‘asiático’ lleva taza estilo occidental en los WCs, mientras que el ‘europeo’ el que llegué esta mañana a Estambul, equipaba una simple ‘taza turca’). Estándares más que europeos. Siempre que visito este país, pienso lo mismo: qué poco desentonaría en la U.E en la mayoría de los aspectos. Aunque este espacio versa sobre ferrocarriles, y no debería haber lugar para comentarios políticos. Por supuesto, en Irán no pienso hacer ninguno.



El restaurante del Sakarya está a la altura del tren, es decir, muy bien surtido, y en él disfruto relajadamente de la cena por un precio que, sin ser estúpidamente barato como en el pasado, es más que razonable, mientras un simpático estudiante de económicas de Eskisehir me arrastra constantemente a la conversación, con la instructiva intención de mejorar su inglés. Gracias a Dios que el omeprazol que tomé esta mañana, y el ayrán (el omnipresente yogur bebido turco) ingeridos de forma generosa, me permiten concentrar la atención en las jóvenes turcas que viajan en mi coche, en lugar de en mi estómago.

▲▲▲ capítulo 2 – delicias ferroviarias turcas

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