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viernes, 10 de agosto de 2012

** SEGUNDA PARTE, CAPÍTULO 1: LOS TRENES DEL ANTIGUO IMPERIO MOGUL -DÍAS 12, 13, 14 Y 15 DE NOVIEMBRE - 2011 **

           

capítulo 1 – LOS TRENES DEL ANTIGUO IMPERIO MOGUL (i)

        
         ** 15 DE NOVIEMBRE ** (Haz click aquí para mapa de ruta)


La salida de Agra hacia el primero de los destinos de hoy se me ha antojado un imposible. Un enjambre de vehículos de todo tipo, más las vacas y búfalos, carros tirados por camellos y burros, nutridos grupos de perros callejeros, incluso árboles en el centro del asfalto… todo entorpece la marcha aquí.  La lucha por la supremacía de la calzada es el día a día de los conductores de este país. Lo de hoy no ha sido hora punta. Todos los días, a todas horas, es así. El permanente concierto de bocinas de todos los tonos e intensidades amenaza con deshacer los tímpanos.

Cuando por fin salimos a la autopista de peaje, uno descubre que no por ello la conducción puede ser más relajada, pues nada más ingresar en aquella, hemos debido ‘ceder’ el paso a una camioneta en sentido contrario (no mencionaré las motos y bicicletas haciendo lo mismo). Los tractores se paran alegremente en el carril rápido, y los búfalos cruzan sin prisa la calzada para ir a bañarse a una pestilente charca del otro lado. Tras un rato, uno llega incluso a tranquilizarse algo.

'PUERTA DEL SOL' INDIA
FATEHPUR  SIKRI
Otra tierna historia de amor está escrita en piedra a unos 40 km de Agra, en la abandonada ciudad de Fatehpur Sikri. Un extenso recinto cuyos palacios fueron construidos para las favoritas del emperador Akbar, el más grande de los cuales se erigió en honor de la princesa que le hizo renunciar a su religión por amor, y que le correspondió alumbrando a su primogénito. El complejo constituye un pequeño paraíso para los amantes de la fotografía. Un minarete cercano más allá de las murallas se erige como punto de origen de la kilometración para las carreteras del país, la ‘Puerta del Sol’ india.

FATEHPUR  SIKRI

I'TIMAD-UD-DAULAH
Ya de vuelta en Agra, el pequeño Taj Mahal de I’timad-ud-Daulah es otra delicia en mármol blanco, al otro lado del río Yamuna. Sus dimensiones no son comparables a las de su hermano mayor, pero es muy elegante –aunque apenas visitado por los turistas-, y en una de las esquinas del cuidado césped que lo rodea hemos encontrado un numeroso grupo de monos juguetones. Bueno, ello ha sido así hasta que han empezado las peleas. Como hemos debido atravesar su ruidosa asamblea, Ankit me ha lanzado un prudente consejo: ‘no los mires; si los miras, te atacan’. Vamos, ni se me ocurre.

                                                                                   
Porque los monos deambulan alegremente por toda la ciudad. He visto al paso de nuestro vehículo una numerosa colonia sobre el cauce y las orillas de un execrable arroyuelo cuyas inmundas aguas iban a dar al curso del Yamuna. Y, en relación con este río, con sus orillas cubiertas de residuos flotantes de todos los tamaños, y en el que grupos de atrevidos muchachos se zambullen buscando un contrapunto de frescor al implacable sol del mediodía, hoy he cometido una estupidez de las muchas estupideces que uno puede cometer en la India, en sus hábitos de ciudadano del primer mundo. Ankit ha comprado una bolsita de unos extraños frutos verdes en un puesto callejero, y a su degustación me he lanzado complacido. Son frescos y sabrosos al paladar, aunque me han resultado algo duros. Cuando mi guía me ha solicitado una bolsa de plástico para echar las cáscaras, he replicado inocentemente que a qué cáscaras se refería. Ha rematado el asunto diciendo que 'no tengo por qué preocuparme, porque aunque se crían en las orillas del Yamuna, los suelen lavar antes de la venta’. Todo el suceso me ha mantenido alarmado por un buen rato. En este país caliente y sucio, se encuentran presentes todas las enfermedades y plagas conocidas del orbe -y probablemente algunas que están por ser descubiertas todavía-, y todas ellas parecen acechar en cada esquina. Mi estómago debe estar hecho de algún material noble. No ha emitido ni una queja.


Nagla Ghara es una aldea típica de esta zona, incluída en el tour de hoy. Nos ha enseñado la sencillez espartana con la que vive esta gente en el campo, dedicados por completo a duras labores agropecuarias. Toda la superficie que veo alrededor son pequeñas huertas en las que picotean indiferentes grupos de hermosos pavos reales. Hay pobreza, sí, pero se percibe aquí un modo de vida más saludable que el de los suburbios vistos en las grandes ciudades, que imagino infestados de ratas.

LOCOMOTORA ELÉCTRICA WAP 4 EN AGRA CANTT
Agra Cantt Station se me antoja algo más ordenada y menos atestada que la estación de New Delhi (o quizá me voy acostumbrando poco a poco al gentío). El caso es que, tras dos cambios de andén, finalmente nos acomodamos en el departamento de nuestro ‘Sleeper A.C. Two Tier’, uno más de los 20 coches del ‘Gwalior Udaipur Superfast Intercity’, una composición normalizada de los ‘Indian Railways’, arrastrada por una locomotora diesel WDM 3, un genuino producto de la afamada ‘American Locomotive Company’. El espacio es cómodo y amplio para los estándares indios: cuatro literas separadas del pasillo por cortinas, y al otro lado de aquél otras dos en disposición longitudinal. La suciedad del techo y el ratoncito que corretea por debajo de los asientos, se han encargado de recordarme en qué país estoy. Cuando le he solicitado a Ankit por favor que no le hiciera daño, me ha sorprendido una vez más con su comentario.’¿Por qué habría de hacérselo? Él esta en su casa, y yo no'.

ATARDECER EN AGRA CANTT STATION


Y, aunque hemos viajado sólos durante las cinco horas y media de recorrido hasta Jaipur, a la llegada a ésta, ya cerca de la medianoche, compartimos un rato de conversación con dos simpáticas andaluzas que viajan sin más bagaje que sus reducidas mochilas. Pastora y Sara parecen encantadas de coincidir con hispanohablantes como ellas. Aunque tras dos días en el país, las jóvenes aparecen claramente superadas por los rigores de la vida aquí, y tras mi inoportuno comentario sobre las pocas facilidades que ofrece la India a los mochileros con escasa experiencia, han desdeñado nuestra compañía, y han desaparecido en la noche, tragadas por la muchedumbre.


          ** 14 DE NOVIEMBRE ** (Haz click aquí para mapa de ruta)


Los diversos vestíbulos, la sala de espera, y los andenes de la estación de New Delhi aparecen ocupados por una gran maraña de personas durmiendo en sacos o mantas roñosas cuando a las cinco de la mañana accedemos a ella. Ankit me cuenta que ‘todos viajan’, y me cuesta creerlo, pero para probarlo, el hombrecillo que tengo al lado se ha levantado de su improvisado lecho en el andén, en cinco minutos ha recogido sus pertenencias en una pequeña maleta, y tras unas labores elementales de higiene personal ha aparecido ante nuestros ojos como un viajero más y se ha dirigido hacia un tren para abordarlo. Sorprendente.

ESTACIÓN DE DELHI
VESTÍBULO DE LA ESTACIÓN DE DELHI
Por lo demás, el coche ‘second class A.C.’ (existen como unas ocho clases de acomodación distintas en los ferrocarriles indios, combinando las clases propiamente dichas con la existencia o no de aire acondicionado) del 'Shatabdi Express' con destino Bophal, es bastante parecido a los de los trenes europeos de semejante categoría, con cómodos asientos (eso sí, en disposición 3+ 2), y suficiente espacio para las piernas, avisos de megafonía en la sala, y una legión de empleados que nos ofrecen agua, te con pastas, una comida ligera, periódicos… ¡para un viaje de apenas dos horas! Prácticamente en su totalidad va lleno de extranjeros que se dirigen a Agra como nosotros. Los uniformados patrullan arriba y abajo los coches con perros entrenados; más tarde, a la llegada a nuestro destino, Ankit me confesará que existe una amenaza terrorista específica dirigida a los trenes de viajeros, ‘pero sólo para los trenes de clase inferior, donde viaja gente de verdad’ (!!).


Una vez superados los suburbios de Delhi, los más de 5000 CV de nuestra locomotora eléctrica monofásica WAP 5, un genuino producto de la factoría local de Chittaranjan (aunque de concepción suiza), nos lanzan a una espeluznante velocidad, que no alcanzaba en un tren desde hacía 18 días, entre Zurich y Viena. El estado de la vía (triple en la mayor parte del recorrido) es excelente, con una saludable entrevía, y le calculo unos 160 km/h en la mayor parte del trayecto, que presenta un rudimentario cerramiento en algunos trechos. Tan sólo en algunas estaciones sin parada ha aminorado algo la marcha hasta unos 80 - 100 km/h. Mientras charlo distraídamente con una chica muy rubia -y con un evidente problema de higiene dental- de origen australo-canadiense, nuestro ‘Shatabdi’ se cruza con largas composiciones clásicas de 22 – 24 coches o con EMUs de 10 coches, y con enormes, lentos y pesados convoyes de carga, que presentan invariablemente en cola un vagón que recuerda a los desaparecidos 'cabooses' norteamericanos. Desde el tren vemos que, en las cercanías de los núcleos de población, las vías son cruzadas por personas constantemente, y otras muchas se muestran sentadas en la caja o sobre los carriles directamente, evacuando los intestinos con parsimonia. Me pregunto si el viejo dicho español tiene alguna relación con estos sucesos. La presencia de niños, vacas -¡y hasta de un antílope!-, y los pasos a nivel cruzados a toda velocidad por los trenes –guardados, eso sí, por el enturbatado de turno con su banderín en alto-, componen un cuadro espantoso para cualquier ferroviario occidental. No acabo de creer a Ankit cuando me dice que hay pocos arrollamientos.

Cuando nuestra circulación sale a campo abierto, observo que toda esta zona del país es una enorme huerta hecha de parches de mediana superficie, que no deja ni un centímetro cuadrado de terreno sin aprovechar. Grupos de árboles dispersos jalonan esta gran despensa, posible gracias al clima subtropical de prácticamente todo el subcontinente, y a la abundancia de agua.

SALA DEL FUERTE ROJO
FUERTE ROJO
Agra es una ciudad sucia y polvorienta, llena de moscas y mosquitos de una agresividad irritante. Sin embargo, atesora varias maravillas de la creación humana. A ellas nos encaminamos sin pérdida de tiempo. Sólo la tercera parte de la extensión del Fuerte Rojo se encuentra abierta al público, pero sus salas hipóstilas, sus palacios erigidos en arenisca roja, sus vestíbulos de mármol y sus techos dorados le dejan a uno boquiabierto y con incógnitas por resolver. Los periquitos y las ardillas se mueven libres en derredor nuestro, en escenas de un exotismo de película. En uno de esos patios se conocieron las dos personas que harían realidad, con su deseo, la construcción que hemos visitado a continuación.


ATARDECER DESDE EL TAJ MAHAL
TAJ MAHAL
El Taj Mahal es pura poesía escrita con mármol translúcido. Es tan hermoso que corta la respiración. Es bonito desde cualquier distancia, cualquier ángulo, bajo cualquier luz. Un sueño romántico hecho realidad. Cuando Ankit me ha contado la historia de su génesis, casi me traicionan las lágrimas. Así como todo musulmán debe ir a la Meca una vez en la vida, todo ser humano –y, por supuesto, todo viajero que se precie- debería contemplar esta deslumbrante obra al menos en una ocasión. No puede dejar indiferente a nadie.


TAJ MAHAL
Ankit me ha invitado a una boda local a última hora del día. En ella he conocido a su familia, con la que he departido sobre el sistema de castas, aproximándome un poco más a los usos y modos de estas gentes. Ha sido un espectáculo sensorial, tan alejado de nuestras costumbres y de nuestra cultura que, hoy también, mis recreaciones de adolescencia sobre esta parte del mundo, se han hecho creíbles, sólidas. Y las he saboreado con sumo placer. 




         ** 13 DE NOVIEMBRE ** (Haz click aquí para mapa de ruta)

‘Delhi es una de las ciudades más inciertas del mundo. Es como una joven coqueta que se sienta primero aquí y luego allí, y después más allá, hasta que ochenta kilómetros cuadrados de terreno y veinte mil ruinas nos cuentan dónde ha descansado’
(John Foster Fraser)


OLD DELHI

CALLES DE DELHI
HUMAYUN
Existen dos Delhis, de la misma forma que existen dos Indias. Seguramente sean muchas más, que se van descubriendo a medida que avanza la estancia en el país y sus ciudades. Hoy, más alerta que ayer, he visto la otra Delhi, pero para describirla, como para describir otras cosas que están por venir, hay que rebajar el registro del lenguaje, y permitirle ser crudo. Hoy he visto muchas manos alzadas pidiendo limosna, he sufrido (en el más amplio sentido del término) numerosos acercamientos con ofertas de todo tipo, y he visto miembros y caras con enfermedades y deformaciones imposibles, dignos de películas americanas de serie ‘B’, acercarse y golpear repetidas veces contra los cristales de nuestro monovolumen ‘made in India’. He contemplado asimismo, con una mueca de terror, a encantadores de serpientes de mirada triste arriesgarse a una mordedura terrible por unas rupias; me ha impactado profundamente la agilidad con la que se movía un mendigo entre los coches… con una sola pierna, ocupado el lugar de la segunda por un muñón, o más bien, jirón de carne de terminación puntiaguda. Se requiere un potente ejercicio de abstracción mental y un ánimo bien templado (así como unas vísceras ordenadas y resistentes) para no sucumbir a las crueles imágenes que ofrece ‘Old Delhi’ –y este país, por extensión- y caer… en busca del primer vuelo de vuelta a casa. Consuela poco saber que estas gentes, en su sencillez existencial y en sus convicciones morales, parecen aceptar su destino más allá de la resignación.
Un paseo en ‘rickshaw’ a pedales por los inmundos callejones de esta parte de la ciudad es como sumergirse en una cloaca. Los pasadizos se asemejan más bien a estercoleros, donde la gente come, se lava, alivia sus entrañas… todas las manifestaciones poco elegantes de la vida se dan aquí. Ver como la espalda de nuestro conductor se combaba en el esfuerzo de subir alguna pequeña cuesta me ha situado al borde del llanto. Pero así es el viejo Delhi, y así es este país, y poco después de contemplar a una niña jugarse el tipo sobre una cuerda a cierta altura a cambio de unas monedas, y cómo un grupo de jóvenes gamberros al volante arrollan a un motorista, pasas a admirar la riqueza de un templo Sikh, con revestimientos y columnas de oro macizo, cuyo valor podría permitir comprar una central nuclear de las muchas que hay en el país… tremendo. 

MINARETE DE QTAB
Y cuando tras las ineludibles fotografías del fuerte rojo y la mezquita de marcado estilo mogul Jama Masjid -con su regimiento de palomas alimentadas con generosidad con sacos de mijo y maiz-, uno se sitúa en la suntuosa avenida de Raj Path, donde se encuentra la ‘Indian Gate’ con su llama eterna y los nombres de los 85.000 indios caídos en las diversas guerras del siglo XX, y el palacio presidencial de Rashtrapati Bhawan -más grande que el de Versalles- todo vuelve a cambiar radicalmente… aunque ahí están los ejércitos de Tuc tucs amarillos y verdes que pierden piezas por todas partes –eso sí, con taxímetros digitales- para recordarte dónde estás. Parques enormes y bien cuidados con diseños escultóricos futuristas, donde las viejas de coloridos ‘saris’ alimentan a los perros y les ponen collares de flores, ejecutivos con el último grito de ordenador tomando café en la terraza de ‘Starbucks’, mausoleos de una belleza sobrecogedora como el de Humayun, tiendas de alta gama con zapatillas deportivas a 200 euros el par, enormes minaretes con casi 1000 años de antigüedad como el de Qtab… todo eso, pero mucho más sin duda, es esta increíble ciudad.


INDIA GATE

Una visita nocturna a la estación de tren de Hazrat Nizamiddin ha sido, para un chico acostumbrado al esquemático y limpio diseño de Madrid Puerta de Atocha, como un pequeño descenso a los infiernos ferroviarios. Los andenes rezuman de la misma sórdida vida que contemplé en los callejones de la vieja ciudad, y las vías muestran fuegos de hogueras entre ellas, vaya Vd. a saber con qué objeto, mientras largas composiciones de EMUs  locales, de un amplio gálibo, digno de su ancho de vía de 1676 mm., desfilan con sus puertas abiertas y la gente a punto de caer desde ellas saludando…las vías son cruzadas aquí y allá por viajeros impacientes (obligando con ello a los trenes a velocidades necesariamente bajas al paso por la estación), compartiendo espacio con montones de basura y ratas del tamaño de gatos pequeños. El tremendo contrapunto lo pone la tecnología de suministro de información en cabina que observo a pie de las señales, de última generación, como en muchas líneas europeas… que país. 

 

ALA'I DARWAZA
Sin embargo, un embrionario orden parece latir en todo este submundo caótico… tras la cena en un decente restaurante al lado de la estación, los guardias nos han conminado a abandonar ésta precipitadamente, tras encontrarse unos sospechosos equipajes abandonados en el patio de acceso (no me imagino cómo han podido saberlo, entre centenares de paquetes y fardos de viajeros). En el fondo -muy en el fondo-, todo parece funcionar, de alguna manera.


 Tal cúmulo de impresiones siguen alterándome el ánimo cuando por fin me veo tumbado en mi lecho, y es una pena, porque a las cuatro de la mañana hay que levantarse para coger el tren de Agra. Los mosquitos harán el resto para acabar de romper el sueño.



        ** 12 DE NOVIEMBRE ** (Haz click aquí para mapa de ruta)
                                                   

DESDE EL AVIÓN

Para llegar al impoluto aeropuerto internacional del Imam Khomeini, se pasa antes por el mausoleo del mismo clérigo, que entre dos luces se muestra magnífico en su tremenda superficie. El vuelo hasta Doha ha sido muy tranquilo, y me ha permitido unas hermosas panorámicas nocturnas de Kashan y de mi querida Isfahán. Muy distinto es el panorama que se muestra de Bahrain y de la capital de Qatar desde el aire. Varios vuelos en círculo efectuados sobre el lugar en espera de ‘slot’ nos han enseñado enormes rascacielos de diseños casi surrealistas, autopistas totalmente iluminadas que cruzan mares, amplias avenidas y glorietas de geometría perfecta, y cuadriculados complejos de ‘marinas’ para acaudalados prebostes… esto no es Oriente. La comunidad que inunda el aeropuerto es la amalgama más completa de razas y nacionalidades que imaginarse uno pueda. Es perentorio escapar cuanto antes.

LAKSMIN NARAYAN
Tres horas de vuelo sin avisos de turbulencias, y la sobrecogedora imagen de un horizonte inflamado de agrestes cumbres nevadas que despuntan sobre las nubes, anunciando la proximidad del Himalaya,  me dejan en el extenso aeropuerto de la capital de la India, una instalación de 200 km² que lo convierten en el cuarto del mundo por nivel de tráfico. De camino al hotel, la India comienza a mostrar sus peculiaridades. La indisciplinada forma de conducir de los nacionales (nada lejana a la de sus primos persas), y su continuo uso del claxon -solicitado esto último por los vehículos más lentos en letreros pintados en su parte trasera (!!)-, no estorba a varios grupos de indolentes vacas que descansan en la cuneta, ni a los abundantes perros, monos y ardillas (todos ellos bien alimentados, como más tarde sabremos por qué), aunque luego mi guía me dirá que las vacas están siendo retiradas del centro de las ciudades, por peligrosas para el tráfico. Y, más allá, en las aceras… gente, mucha gente, ocupados en asuntos diversos o absolutamente ociosos, en la típica posición de cuclillas de los hombre de oriente, o tumbados, sin más…

Con tan sólo una hora y media de descanso en el hotel, y los sentidos embotados, me encuentro con Ankit, que será mi segundo ángel de la guarda (ya dije que tengo otro, a dedicación completa) durante mi estancia en el subcontinente. Es un encanto de muchacho, y con un profundo conocimiento de la historia de su país.

'GURUDWAR' DE BANGLA SAHIB
 Delhi es una locura  de veinte millones de almas, y sin embargo ofrece mucho más que cualquiera de las ciudades vistas hasta ahora. Hoy me ha enseñado, en la parte nueva y con ayuda de Ankit, su cara más amable, más espiritual, tras las visitas a Laksmin Narayan, un templo hinduista, y al ‘gurudwar’ (edificio religioso Sikh) de Bangla Sahib, colorista y bullicioso… Me gustan los Sikhs y me gusta su forma de ser repetuosa pero altiva. Su religión, como la hinduista y la budista, impregna a estas gentes de un profundo respeto hacia las demás formas de vida. No se percibe, por ello, ninguna sensación de peligro conviviendo con los hindúes. Aunque los detectores de metales instalados a la entrada de todos los lugares públicos (y atendidos por los uniformados de un modo excesivamente relajado), nos recuerdan constantemente que las amenazas son de otro tipo.

Connaught Place posee un significado marcaje británico, como muchos otros edificios de esta zona de expansión de la ciudad bajo el protectorado. En sus cercanías, saboreo por primera vez la comida hindú: aquí todo o casi todo es ligera, moderada o escandalosamente picante, y muy especiado. Y es una suerte, porque mi estómago resiste bien estos embites gracias a que adoro la comida rabiosa y casi nunca falta en mi dieta. Tan deliciosa experiencia sensorial me deja en condición óptima para un descanso reparador, apenas perturbado por los silbidos de los trenes de una línea cercana que sin embargo, no se dejan contemplar. Vishnú así lo quiere.




▲▲▲ capítulo 1 – LOS TRENES DEL
ANTIGUO IMPERIO MOGUL (i)


SEGUNDA   PARTE 

1 comentario:

  1. MARAVILLOSO...creo que es la palabra exacta.Estás creando un UNIVERSO de emociones y conocimientos de los paises y los trenes que aparecen en el blog que,llenaran de sabiduria a algunos que desconocen esa forma tan fantástica que tienes de viajar....EN TREN,jajaja,por si hay algún despistado que todavía no se ha enterado....

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